En Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante, los
psicoanalistas Colette Soler, Lucas Boxaca, Gabriel Lombardi y Luciano Lutereau
estudian el tratamiento de esos padeceres en una serie que continúa contra la
supuesta obviedad de la definición de estos, complejizando el campo de la
clínica sin ceder a las prerrogativas de la abstracción o de la autoayuda.
El libro, publicado por la editorial Letra
Viva en su colección Voces del Foro, es el resultado de una mesa de
discusión, llevada a cabo en mayo de 2013, y que continúa este año sobre otras
pasiones.
Boxaca es licenciado en Psicología por la Universidad de Buenos Aires (UBA); es
magister en Psicoanálisis, docente y coautor de Introducción a la
clínica psicoanalítica.
Este es el diálogo que sostuvo con Télam.
- T : Después de Introducción a la clínica psicoanalítica, un
libro que vuelve a los fundamentos de la práctica, ¿podría decirse que este
nuevo libro apunta también a volver a interrogar lo que parece evidente, pero a
fuerza de obviedad pasa desapercibido?
- B : Al poco de andar en la experiencia analítica es difícil no percatarse de
que el conjunto de saberes que se pueden englobar bajo el rótulo de doctrina
analítica requieren de una interpretación por parte del que ocupa la
función de analista. Los conceptos analíticos no están listos para usar al modo
de un protocolo de acción estándar, sino que de alguna manera se puede decir
que el analista tiene que reinventar el psicoanálisis cuando se compromete en
su ejercicio. No resulta abusivo extender este principio a cada análisis en
particular que se emprende. La posición del analista no es la del experto, sino
la de aquel que pone en cuestión lo que ya ha comprendido, por el hecho de que
lo que sucede en la consulta obliga a sostener una posición de humildad. Nunca
tratamos un caso como uno anterior porque eso no funciona, hace de obstáculo al
surgimiento de la singularidad del que consulta, y éste no tarda en hacérnoslo
saber de algún modo, a través de algún fenómeno que obstaculiza la cura, por
ejemplo, mediante la interrupción del tratamiento. En resumen, estamos
obligados a un ejercicio de reflexión acerca del modo en que se opera en cada
caso y eso lleva invariablemente a volver a interrogar las nociones compartidas
y el conocimiento que se puede encontrar en la literatura analítica. Éste es un
libro que intenta retomar el espíritu propio de la praxis analítica, cosa que
espero hayamos logrado en alguna medida.
- T : Curiosamente, el psicoanálisis de nuestro tiempo es cada vez más
teórico, ¿cómo interpretar el gesto de volver a esos síntomas cotidianos y
constantes que son los celos y la envidia? ¿Qué distinción se podría establecer
entre ambos?
- B : En línea con lo que le decía anteriormente, retomar estas nociones es el
resultado de prestar atención a lo que se presenta en la consulta. Nuestras
conjeturas no pueden estar alejadas de los casos, que aportan un material
invalorable. El dispositivo analítico nos enfrenta con una demanda a la que hay
que atender y ésta sigue siendo nuestro punto de partida. Los celos, en su
enorme variedad, y la envidia, constituyen dos pasiones que se presentan con
asiduidad. Decir esto no implica que no nos valgamos de distintas producciones,
artísticas, por ejemplo, que nos permitan también echar luz sobre lo que
escuchamos en la clínica cotidiana. En tal sentido y atendiendo a su pregunta,
tomemos una escena de la película El club de la pelea como
situación ejemplar en la que se deslindan estas dos pasiones a la vez que se
muestra su conexión íntima. Se trata de aquella en la que Jack (Edward Norton)
observa que Tyler Durden (Brad Pitt) ha comenzado a tratar con preferencia al
personaje llamado Angel Face (Jared Leto). Hasta allí encontramos las
coordenadas propias de la situación celosa. Durden aparece como el objeto de
los celos recortado por la presencia de Angel Face. Se trata de una estructura
de tres participantes en la se enciende el deseo de Jack por recibir la
preferencia de Durden que en el momento recae sobre Angel Face. Es decir, un
deseo de deseo del que supuestamente goza un tercero. En este sentido los celos
orientan con respecto a un deseo en juego. Aunque la escena es frágil, todo se
precipita en el sentido de la envidia al no tolerarse la triangularidad celosa,
por lo que se concluye con el arrebato pasional en función del cual Jack
desfigura a Angel Face (le quita su bien más preciado, tal como sugiere su
apodo), no por celos sino por envidia. Es decir, la cuestión cae por una
pendiente donde lo que toma el primer plano no es ganar la preferencia de
Durden, sino destruir al rival que posee determinada característica envidiable.
En el mismo acto, la envidia produce un borramiento de la conflictiva
triangular, por el cual también desaparece el deseo, exaltando una situación de
dos, que sólo puede terminar con la destrucción del otro. Es en este sentido
que ante la pregunta del motivo por el cual ha molido a golpes a Angel Face,
Jack responde: Estaba con ganas de destruir algo bello. Gabriel
Lombardi lo expresa claramente: La envidia es de a dos y es mortífera,
amo en ti algo más que en ti, tu belleza, tu carisma, tu prestigio, tu posición
social, tu dinero, algo que tú tienes y yo no, entonces te arruino, aún si
arruinándote me arruino a mí mismo. Los celos comprenden en cambio una relación
esencial con un tercero, y en eso revelan otra característica del deseo humano.
La envidia es un goce ruin. Los celos, aún en el campo corrosivo del goce,
hacen lugar al deseo, que socializa la falta.
- T : Además de tu texto (sobre un caso de celos en el varón), el libro
también cuenta con textos de Lombardi, Colette Soler y Luciano Lutereau, ¿cómo
se gestó el proyecto de escritura entre ustedes en el marco del Foro Analítico
del Río de la Plata?
- B : La cuestión comenzó con un breve diálogo entre Lutereau y yo en el que
comentamos, en forma asombrosamente
coincidente, que habíamos intentado organizar un seminario sobre los celos y la
envidia en distintos espacios analíticos en los que habíamos participado,
obteniendo una idéntica respuesta: Estos no son conceptos analíticos,
sino fenómenos imaginarios. Esto quedó resonando durante un tiempo y
cuando coincidimos en el espacio del FARP, entramos en diálogo con Lombardi,
quien, por otro lado, había estado trabajando el tema con anterioridad. De ese
diálogo surgió la escritura de este libro. Por esta vía organizamos una serie
de encuentros en el FARP, donde pusimos a prueba nuestras hipótesis clínicas a
través de la conversación con otros colegas (Pablo Peusner, Cristina Toro, Luis
Prieto, Silvia Migdalek). De ahí que el libro finalmente se haya publicado en
la colección Voces del Foro, como testimonio del trabajo compartido y la
experiencia decantada.
- T : Sobre el final del libro se desliza una hipótesis sugerente: que
el trasfondo afectivo del sujeto puede ser la piedra de toque para que el
psicoanálisis no se pierda en la especulación. ¿De qué modo entender
este programa de trabajo?
- B : No siempre las pasiones y los afectos son engañosos sino que brindan un
índice de lo que no puede ser de otro modo para el ser. El afecto puede
perfectamente promover una determinada elección hasta entonces obstaculizada,
dar un indicio del camino al acto a ese ser. Baste como ejemplo el hecho de que
Freud elevara a duda al estatuto metodológico como apoyo de su convicción en la
existencia del inconsciente. En el trabajo con sus propios sueños encontró que
recurrentemente surgía la duda con respecto a determinado elemento del sueño,
duda de si está o no presente en el sueño, se entiende. De ese afecto, que
quizás algunos tildarían de neurótico, él encontró la base para afirmar que eso
se había intentado sustraer del contenido del sueño por obra de la resistencia.
Es decir, de la presencia de la duda él adquirió la convicción de la existencia
del inconsciente. Entonces, apoyado en ese afecto toma una decisión: el
inconsciente existe, y ahí mismo funda el psicoanálisis como modo de
tratamiento del padecimiento subjetivo. Por ejemplo, vos y yo , en este momento,
estamos hablando, en parte, a consecuencia de esa convicción. Fijate qué
importante son los afectos cuando se convierten en índices para alguien. Eso
creo que es una de las cuestiones que alejan al análisis del peligro de la
obsesionalización con el saber que allí se produce. Obviamente éste es un campo
de investigación y reflexión que se abre, y que requiere de una labor ardua,
que debe ser realizada en forma conjunta. Este año continuaremos trabajando
sobre las pasiones en el FARP, con dos mesas vinculadas a otros dos
pares: vergüenza y pudor y aburrimiento y morosidad.
- T : Además de los celos y la envidia, ¿qué otras pasiones del ser claman
urgencia en nuestro tiempo?
- B : Las que acabo de nombrar; se trata de pasiones de nuestro tiempo, a las
que el psicoanalista no puede dejar de atender, aunque hayan sido prácticamente
inexploradas. Junto con Lombardi, Lutereau y Migdalek nos estaremos ocupando de
delimitar su pertinencia para la experiencia analítica y los modos de división
subjetiva a que confrontan. La particular posición del analista hace que en
principio nos enteremos de aquello que no funciona del todo bien. Es decir, que
si hay algún contacto con las pasiones, no serán éstas las más elevadas sino
las que producen padecimiento subjetivo. En cuanto a tu pregunta, más
puntualmente, podría decirte que actualmente estoy interesado en el
exhibicionismo que han habilitado las nuevas tecnologías, como así también el
hiperconsumismo de la mano de adquisición de bienes que oferta el mercado,
entre otras. En general, nos topamos con las pasiones en su faz problemática,
amén de que a partir de ellas, mediando la transformación que suscita el
análisis, se logre que aporten la energía al despliegue de nuevos actos.
Queda todavía por esclarecer la redefinición de las pasiones que puede ofrecer
el psicoanálisis si acepta la apuesta de interrogar el horizonte de su
época.
Fuente: Télam.

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