En la vida hay que evitar tres figuras geométricas: los círculos viciosos, los triángulos amorosos y las mentes cuadradas, expresó alguna vez Mario Benedetti.
Esas figuras parecen ganar hoy todo su peso en la economía libidinal de algunos de los sujetos que demandan un análisis. Círculos viciosos, alentados por la lógica del consumo, que consume al consumidor. Triángulos amorosos, sostenidos en la búsqueda de una terceridad que garantice la llama oscilante de un deseo clandestino. Sobre las mentes cuadradas, sin inflexiones peyorativas, el rechazo de lo inconsciente, tal vez.
La continuidad de procesos antiguos, que visten ropajes modernos, son en sí viejos asuntos que suscitan nuevos interrogantes. ¿Se trata del/al mismo sujeto? No lo parece, porque lo inconsciente se reinventa. Sin embargo es coherente advertir que la trama oculta del malestar se ha escrito siempre con la misma pluma de imposibilidades.
En nuestros tiempos, modernos, post modernos, dos punto cero; todo discurso que se emparente con el capitalismo excluye al amor, des-afectando al ser capaz de recibirlo y ofrecerlo. ¿Por qué sino la aparición “moderna” de los sucesos que cortocircuitan las relaciones amorosas? Los conflictos en torno al amor, quizá no tan pasionales -en términos jurídicos-, sino más bien posesivos, imposibilitados de inscribir la pérdida, degradan con altísimos costos las subjetividades propias y ajenas.
El dispositivo analítico, puede, sino ofrecer, invitar al establecimiento de un lazo social específico, soportado en la transferencia, que haga al analizante vislumbrar una salida del circuito ininterrumpido que oferta el mercado, para dar lugar al surgimiento de un deseo, no industrializado, sostenido en la ética de lo inconsciente.
No hay teoría del amor en psicoanálisis. Porque el amor no hace doctrina, produce efectos, afecta, efectiva y afectivamente las modalidades singulares del ser.
Luciano Salinas

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